La sabiduría en Aristóteles 

 

Por: Pbro. Alfonzo Hernández Sánchez

La sabiduría es la visión clara y exacta, reposada y comprensiva de todo el plan y la obra de Dios. Nadie la posee en su plenitud, fuera de Aquel que penetra todas las cosas.» (Newman). Quiero partir de esta definición que hace el Cardenal Newman porque se me hace muy completa, recoge todos los elementos necesarios para definirla, pues, realmente el hombre o la mujer sabia es la persona que vive conforme a Dios, que vive según su plan, entre más penetre en su plan y lo viva, más sabio es. 

Ahora, siguiendo la lectura del texto, de entrada, el tema se me hizo perfecto, pues uno de los deseos que tengo en mi vida es llegar a alcanzar la sabiduría. Por otro lado, el verdadero sabio no es el que tiene muchos conocimientos, sino más bien, el que tiene conocimiento de todo un poco y lo que sabe lo aplica, lo vive. En Aristóteles implica el conocimiento de todas las cosas, aunque no se trata de un saber enciclopédico ni de pura erudición, pues ese saber no supone la ciencia de cada cosa en particular. Ahora bien, la sabiduría, y sólo ella, presenta un doble carácter: por una parte, y por el hecho mismo de versar sobre las primeras causas y principios, trata de cosas divinas, toda vez que Dios es causa y principio de todas las cosas, y la segunda sólo Dios, o él principalmente, podría poseer esta ciencia. Sólo él, en efecto, se comprende a sí mismo. Dios es la misma sabiduría y la persona que vive en él y en la medida que viva unida a él, logrará mayor nivel de sabiduría. Dios está siempre a la vista, y como fuera del horizonte circunscrito por esta «única y determinada naturaleza», la sabiduría no tiene explicación ni sentido. 

Se sabe que el hombre en la medida que busca el bien y hace el bien participará de esta sabiduría. Aristóteles dice el bien del hombre consiste en la actividad del alma según su virtud o perfección; y si hay varias perfecciones o virtudes según la mejor y la más completa. Sólo en la virtud se puede construir el bien del hombre. La virtud suprema para él es las que parten de la inteligencia, las que son teóricas. Ahora bien, él marca unas vías a saber, en concreto tres: voluptuosa, la política y teorética o contemplativa, encontrando en la tercera la mejor ya que la primera es buscar un goce sensual, la segunda el honor y la tercera, que son las virtudes intelectuales y pensantes del alma; lo cual estoy totalmente de acuerdo. En las propuestas que hago de pensamiento siempre menciono que la persona es integral, que tenemos la parte fisio-biológica, psico-social, racional-espiritual, señalando que la tercera es la más importante, además que es la distingue al ser humano de los otros seres vivos. 

La contemplación la entiende Aristóteles en tres dominios: matemáticas, metafísica, en filosofía natural. Para poder contemplar ha de estar la persona en el reposo de sus demás potencias y apetitos, además de que para él la contemplación de las cosas bellas y divinas , encierra los deleites más maravillosos que hay, puedo entender que el hombre sabio al llegar a contemplar se deleita y maravilla de lo que contempla, y en eso encuentra su felicidad, es por eso que sólo en Dios se puede dar este verdadero deleite, cuando la persona logra quitar todos los ruidos y llega a la contemplación y ahí encuentra su descanso. En ella está la verdadera felicidad y el reposo y la cesación última del esfuerzo humano. Somos felices en la medida que podemos alcanzar una semejanza del eterno acto contemplativo de Dios. Eso se me hizo muy especial pues es verdad en la medida que contemplo a Dios me voy asemejando a él, voy adquiriendo sus mismos sentimientos y yo todo lo voy viendo como el lo ve. Aristóteles llegó a la plenitud de su pensamiento señalando a la mística no entendida como ahora lo entienden los modernos si no en la misma dinámica de la contemplación de lo Divino.

Aristóteles en su obra El Protréptico o Exhortaciones (en griego Προτρεπτικός, en latín Protrepticus) se ve la primacía de la vida contemplativa y el entusiasmo religioso que la anima. Es precisamente el Protréptico, como su nombre lo indica, una exhortación a la sabiduría; y de su resonancia secular baste recordar cómo a través de Jámblico y del Hortensio de Cicerón alcanzó aún a conquistar para la sapiencia el alma ardiente de San Agustín. El pensamiento y la contemplación es dice lo mas digno de la elección en el hombre y lo menciono porque creo que son elementos importantes para llegar a esa felicidad que esta buscando siempre el hombre. El hombre según Aristóteles esta formado de cuerpo y alma, hilemorfismo y trascendencia es el espíritu de su filosofía y de su doctrina. Aristóteles fue fiel a la experiencia religiosa desde su juventud, el pues creyó siempre en la contemplación. Lo divino siempre es el objeto amado del conocimiento. Se puede decir que el amante de la sabiduría siempre va a estar en busca de lo inmaterial de lo eterno y eso solo se lo puede dar solo Dios. Aunque Aristóteles no tiene conocimiento de la gracia, alcanzo a entender que «en caso de que Dios tenga algún cuidado de las cosas humanas», amará más en el orden natural, a quienes a su vez «aman y honran» lo divino en el hombre y en la naturaleza”.  Y por esto la cima a su apología de la vida teorética diciendo que el filósofo es el más amado de Dios, y a causa de ello, naturalmente, el más feliz de los hombres. 

Podemos ir concluyendo que es en la sabiduría donde la ciencia alcanza su mayor plenitud, es por eso por lo que todo filosofo debe de anhelarla.   Por otro lado, no es en la soberbia, ni en la arrogancia, donde encontrará la plenitud, la soberbia es resultado de un falso conocimiento de la verdad, pues entre más conozcas la verdad más podrás vivir en la humildad. 

Dios es la primera y última causa, de todo, por eso todo, incluyendo al hombre, sólo puede encontrar en Dios, la verdadera felicidad, de hecho, lo dice San Agustín: «Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Las Confesiones, 1, 1).  El corazón del hombre solo en él encontrará su descanso. 

Desde ahí me motivo a mí mismo para seguir cultivando la contemplación que se alcanza a través de la presencia viva del Señor, por su gracia y a través del cultivo de las virtudes y del conocimiento.