Teoría del conocimiento sensitivo.

En el presente tratamos de dar una exposición lo más elemental y llana posible de la teoría realista y clásica del conocimiento humano. Para ello nos hemos permitido algunas ligerezas intentando no perder el fondo y valor de esta teoría e intentando hacerlo en el mínimo de páginas posible. El reto autoimpuesto es muy grande (y las luces pocas), por ello esperamos la comprensión y benevolencia con los errores e imprecisiones cometidas, tan sólo esperamos no traicionar a los autores de esta teoría diciendo lo opuesto a ellos y lograr un acercamiento que en nada excusa de leer a los autores y expertos en la materia.

También hemos omitido las citas y referencias bibliográficas, las cuales se pueden consultar en la bibliografía de este curso. Además, hemos incluido notas aclaratorias entre paréntesis, con la intención de hacer más fluida la lectura y mantener el sentido de algunos términos. Sin embargo, en los casos que consideramos inevitable, conservamos el término latino y tratamos de aclararlo dentro del mismo texto.

Alea iacta est.

§1. Prolegómenos.

Quizá lo primero sea hacer algunas nociones de psicología clásica. En este sentido el filósofo clásico se asombra, en primer lugar, por la existencia de seres vivos y le produce mayor asombro, en cuanto a nuestro objeto de estudio, la existencia de ciertas estructuras biológicas llamadas órganos. Se trata de conjuntos celulares muy complejos y especializadísimos. Consideremos, por ejemplo, el ojo: es una lente maravillosa que espontáneamente de ajusta a la cantidad de luz, a la cercanía o lejanía de las cosas a mirar; posee una asombrosa capacidad de identificar colores y figuras, profundidad y otros aspectos de la realidad. Volviendo a los órganos, sabemos de su unión con otros para dar lugar a sistemas, se trata de órganos distintos, cada uno con una finalidad distinta, pero orientados a un fin común. Y, por último, esa complejísima composición de sistemas se unifica para la subsistencia del viviente.

Si consideramos las cosas en su realidad, de modo científico e inductivo, nos daremos cuenta de lo asombroso de la vida en sus más diversas manifestaciones y estaremos en camino de la gran pregunta ¿cómo es posible la existencia del cuerpo orgánico? La razón humana no puede sino buscar una respuesta satisfactoria. La ciencia moderna no es suficiente, la ciencia moderna parte de un hecho tanto o más asombroso: el adn y su desdoblamiento a través de enzimas… bien mirada la cuestión, esto no hace sino enfatizar el asombro y la perplejidad de cualquiera ¿cómo es posible el adn? ¿cómo es posible que un mínimo conjunto de elementos pueda ser capaces de generar la diversidad y coordinación del complejo cuerpo de un viviente? Pero la principal diferencia entre el plateo moderno y el clásico es la inversión en el orden, el punto de partida y el término a donde se puede dirigir la resolución.

En fin, dejando de lado las cuestiones especializadas, la respuesta de la filosofía clásica ha sido la tesis de “un principio vital” capaz de explicar de modo suficiente este caso asombroso: el viviente. Pues bien, en griego “principio vital” se dice psiqué y en latín se dice anima, por esto llamamos alma a ese principio necesario al cual hemos de apelar para poder dar una explicación racionalmente satisfactoria de todo viviente, sea cual fuere y de sus actos.

§2. Conocimiento sensitivo.

Siendo el alma el principio explicativo necesario, todo en el viviente debe explicarse a partir de ella. Por lo tanto, en cuanto nos planteamos el problema del conocimiento debemos, en primer lugar, preguntar por aquello del alma por lo cual es posible este “fenómeno” (manifestación) que nos ocurre y podemos atestiguar; no sólo en nosotros mismos, sino también en las bestias (animal irracional) sin lugar a duda alguna.

Ahora bien, en el ser humano, objeto especial de nuestro interés en este curso, existen, claramente identificables, unas estructuras biológicas muy especializadas por las cuales se ejerce, al menos en parte, ese acto llamado conocimiento; por lo tanto, el alma humana ha de poseer “algo de” o en ella capaz de generar, organizar y dirigir dichas estructuras. A ese “algo” le llamamos facultades y, como se generan y poseen órganos biológicos, las apellidamos sensitivas o sensibles.

N.B.: el alma humana necesariamente posee facultades de conocimiento (cognitivas) que explican la existencia y especificidad de órganos por medio de los cuales ejerce su acto de conocer.

Ahora bien, los órganos (ojo, oreja, nariz…) son los primeros en ser conocidos por nosotros en la experiencia cotidiana y estos órganos tienen una función por la cual se definen en cuanto órganos de conocimiento sensible (ver, oír, oler…), el cumplimiento de dicha función consiste en recibir la influencia de los objetos reales en ellos mismos, sin que exista una superposición o adición de algo extraño o distinto a ellos mismos. Esta forma de recepción en la cual nada es propiamente añadido al órgano se llama sensación o, con mayor precisión, inmutación. Le llamamos in-mutare porque el órgano sufre un cambio (mutación) hacia su propio interior –el conjunto de estructuras foto sensibles del ojo se alteran según el color “visto”. Esta inmutación orgánica se prolonga más allá de la fisiología, por estar el órgano hecho precisamente para adquirir eso mismo que recibe. De hecho, esta inmutación consiste en que el ojo se “colorea”, la piel se “enfría”, etc., tratando de alcanzar exactamente el estado o grado exacto al de la realidad (por ello la piel, por ejemplo, se enfría sin parar, incluso hasta congelarse, si el objeto tocado está congelado).

N.B.: el órgano se hace, en cierto modo, aquello mismo que recibe de los seres reales con los que entra en contacto.

En contrapartida, los objetos reales deben poseer ciertas características (accidentes sensibles) adecuadas a los órganos, de lo contrario sería inexplicable el hecho cotidiano de oler, ver u oír. Por lo tanto, necesariamente existe una correspondencia natural entre los accidentes materiales de la realidad y los órganos de los sentidos. Este es un dato muy importante que conservamos así, aunque podríamos plantear la cuestión ¿es el alma la que está hecha de tal modo que deba generar los órganos adecuados a esos accidentes de los cuerpos, es una correspondencia preestablecida o la realidad está hecha de tal manera que se adecua a los órganos que el alma genera? O ¿será acaso una correspondencia en la cual cada una de las partes es como es y sólo existe una armonía entre ellos? Incluso algunos se han preguntado si existe dicha correspondencia o es sólo una ilusión. Por lo tanto, a partir de esta descripción podemos entender cómo nacen una serie más o menos compleja de problemas en la teoría sobre el conocer humano, problemas que marcarán el derrotero de las explicaciones sobre el hombre y sus posibilidades, incluida la educación. Recordemos tan sólo el caso de Platón, según su teoría de la reminiscencia, la realidad material sólo es la “ocasión” para recordar lo ya sabido.

Por nuestra parte, seguimos el realismo con raigambre aristotélico-tomista. De acuerdo con esta doctrina afirmamos, en orden al problema del conocer, la adecuación natural de los órganos a la realidad, pues nos parece la posición más adecuada y acorde con los datos conocidos. Pero como los órganos no son más que eso (órgano=instrumento), el verdadero acto de conocer no puede ser realizado en ellos, sino en la facultad del alma, facultad necesaria –como ya señalamos– para explicar la existencia y función de los órganos. Aún visto físicamente, en los órganos ocurre un flujo eléctrico en nada semejante a lo visto, oído, etc. En consecuencia, afirmamos la necesidad de facultades anímicas sensitivas por las cuales existen y actúan como lo hacen dichos órganos.

N.B.: el alma humana necesariamente posee facultades sensitivas que dan existencia y dirigen las funciones de los órganos de los sentidos externos. por lo tanto, el conocimiento sensitivo ocurre, propia y realmente en las facultades del alma y no en los sentidos.

Observando el acto de los órganos (paladar, nariz, ojo, piel, oreja) de los sentidos externos (gusto, olfato, vista, tacto, oído) podemos constatar la rapidez con que cambian las modificaciones recibidas –vemos el color de la pared y enseguida el color de una pluma, más aún vemos complejos de colores en una sucesión continua, contante y fluida. Pero al mismo tiempo podemos constatar la permanencia en nosotros de dichas imágenes, más aún, podemos constatar la presencia en nosotros de esos mismos “objetos” en ausencia de la realidad sentida. Por consecuencia es necesario sostener la existencia de órganos y facultades capaces de explicar dichos fenómenos. Estas facultades (potencias del alma) se llaman facultades sensitivas internas y su órgano parece ser el cerebro (incluidas sus áreas especializadas).

N.B.: Los datos conocidos nos llevan a postular dos tipos de sentidos (facultades) en los vivientes sensitivos: los sentidos externos, receptivos de los accidentes materialesles de la realidad; y los sentidos internos, donde finalmente ocurre propiamente el conocer.

Estas facultades deben ser de dos tipos: formales e intencionales. Los sentidos formales son formativos, conservadores y reproductores de las sensaciones; las facultades sensitivas internas intencionales captan lo temporal y emiten algún tipo de juicio. Podríamos, para facilitarnos la cuestión, permitirnos una distinción como sigue: Formativas pues es necesario integrar las diversas sensaciones, todas ellas muy distintas –color, peso, olor, etc. –, en una unidad adecuada a la realidad. Otras capaces de conservar y reproducir las impresiones sensibles ocurridas en los órganos y las facultades en ausencia de la realidad que les dieron origen; es lógica la unión de la función conservadora y reproductiva en una misma facultad, pues de lo contrario tendríamos una duplicación inexplicable. En fin, están aquellas facultades sensitivas capaces de emitir juicios y recibir las llamadas intentiones insensatae (se trata de aspectos de la realidad que no son objeto de ningún sentido externo) que expliquen las respuestas ante ciertos objetos. De aquí la tesis de los cuatro sentidos internos:

N.B.: los sentidos internos son de tres especies: formativo (sentido común), conservadores-evocadores (memoria e imaginativa) y judicativo (estimativa natural).

El sentido común: se trata de la primera facultad sensitiva interna por la cual se unifican todas las sensaciones en una sola representación (imagen). Por consecuencia a ella deben llegar todas las sensaciones y de ella han de partir los sentidos (facultades) externos, de lo contrario sería inexplicable la unidad de las representaciones en nosotros, así como ciertos comportamientos de las bestias. 1°. En fisiología podemos constatar que, en orden a los órganos, todos tienen su origen y término en el cerebro, por lo cual se manifiesta lo acertado de la explicación que venimos sintetizando. Este órgano recibe las sensaciones y 2°. La facultad anímica (del alma) las unifica formando una imagen cuyo sentido es mantener la adecuación y conexión con la realidad. Esta facultad también realiza el acto de consciencia psíquica (sensitiva) de la sensación con su referencia al mundo externo. Se trata de un “darse cuenta” a nivel sensible, no intelectual ni mucho menos moral, sino propia y estrictamente psíquico (vida sensitiva).

La imaginativa o fantasía: recibe dos nombres por el doble origen lingüístico, del griego imago y del latín phantasma cuyo significado es imagen o “representación sensible” de la realidad en toda su integridad. Es una facultad conservadora. En ella se conserva, por ella se evoca y ella modifica las imágenes formadas por el sentido común; por esta última función se le conoce como imaginación creadora. Esta facultad está en contacto íntimo con el apetito sensitivo (pasiones del concupiscible e irascible), por lo cual está influida por los diversos estados de ánimo. Pero también está muy estrechamente ligada a los estados corporales (la deshidratación, temperatura, etc., son capaces de controlar sus actos generando, incluso, alucinaciones). En nuestro caso está abierta a la acción de una facultad superior capaz de dirigirla y controlarla, sin embargo, puede actuar por la dirección de la estimativa natural y las pasiones, como ocurre cuando soñamos.

La estimativa natural: se trata de una facultad anímica por la cual el viviente sensitivo puede formar juicios sobre la adecuación de un objeto real con su propia naturaleza. Este juicio se funda en las intentiones insensatae y suele decirse que su máximo grado de perfección se encuentra en el instinto. Esta facultad judicativa determina la relación de la realidad con la naturaleza del viviente en la dimensión benéfico-dañino. Se trata, propia y estrictamente, de un juicio psico-biológico que en el ser humano está abierto al gobierno del intelecto. El juicio versa sobre lo saludable, conveniente o apetecible para el animal, así como sobre lo dañino, inconveniente o de lo cual se debe huir. Determina, pues, la respuesta del viviente sensitivo y por ello tiene un papel dentro de la actividad racional y moral. Pero no debe confundirse con un juicio moral o racional, ni mucho menos con la vida moral estrictamente dicha. Se trata de una facultad judicativa sensitiva necesaria para explicar el reconocimiento de lo benéfico-apetecible-perjudicial-peligroso concreto y singular sin previa experiencia, tanto en el hombre como en la bestia, por ello se asocia con el instinto. La confusión o desconocimiento de esta facultad psíquica lleva a postular una especie de moralidad en el animal o de bestialización del ser humano.

La memoria: es otra facultad conservadora de las intentiones insensatae y los juicios de la estimativa natural. Frecuentemente confundida en la actualidad con la fantasía. La diferencia es esencial, pues las facultades se definen por su objeto y el objeto de estas dos facultades son distintos. La memoria tiene por objeto el tiempo y los juicios de la estimativa natural, no las imágenes formadas por el sentido-común. Por la memoria podemos distinguir el orden de los acontecimientos en un antes y después (tiempo-sucesión-contigüidad), y conservar los juicios sobre reconocer lo benéfico-perjudicial, así como el resultado de las acciones emprendidas. Por este último acto es esencial en la adquisición de la experiencia (experimentum) y el aprendizaje. Si los vivientes sensitivos no conserváramos las experiencias formando una especie de regla general, no podríamos formar la experiencia, por la cual podemos evitar los errores y dar nuevas respuestas, nada habría que nos indique lo acertado o no de las respuestas dadas ante la realidad en cada caso. Y no olvidemos que esta facultad también está presente en las bestias, como evidentemente observamos. Nosotros, los seres humanos, podemos, además, evocar intencionalmente (rememoración) todas estas representaciones.

N.B.: Propiamente podemos decir que tenemos conocimiento cuando existe esa representación sensible (imagen) en la imaginación y el contenido propio de la memoria. Todo esto, quizá, podamos sintetizarlo diciendo que el conocer sensible consiste en poseer psíquicamente lo que Santo Tomás parece llamar phantasma y experimentum.

§3. Los sensibles.

Hasta aquí hemos seguido, preferencialmente, el acontecer en el sujeto cognoscente, pues en él se da propia y estrictamente el conocer. Conocer, a nivel sensible, consiste en poseer psíquicamente el phantasma-experimentum –lo propio de la imaginación y la memoria– sin que esto signifique dejar de lado o desvalorizar los actos de los sentidos todos. Debemos, pues volver los pasos para retomar algunos aspectos sobre el objeto.

Podríamos definir el objeto, en sentido literal, como la realidad en cuanto está ofrecida en el acto de conocer, para ser conocida. En esta expresión debemos considerar: 1°. Se trata de “algo”, ante todo, real, algo existente, una unidad esencial y accidental, singular y concreta –se trata de algo existente. 2°. Esa realidad posee en sí misma la posibilidad o potencia para inmutar los sentidos (externos-internos) por medio de los órganos correspondientes. El objeto es la realidad, pero no considerada en sí misma, sino en cuanto y en tanto está dentro de una relación específica por la cual se caracteriza y se estudia en esta ciencia. Algo así como estudiar al médico en cuanto tal, lo cual nos llevaría a dejar de lado si es padre, esposo o jugar de fut-bol, pero necesariamente incluiría su existencia, personalidad y otros factores imposibles de dejar de lado, aun cuando sólo se consideren tangencialmente o se mantengan supuestos.

Este orden no debe ni olvidarse ni confundirse, no se trata de conocer nuestras imaginaciones (fantasías, alucinaciones, etc.), esto puede suceder en un segundo acto que requiere una facultad superior. Este acto segundo no lo observamos (no tenemos evidencia) en las bestias, más bien tenemos evidencia de su ausencia: un gato frente a un espejo no parece darse cuenta de que se trata de su reflejo y lo mismo parece observarse en un pez beta (combate a su reflejo como si fuera otro pez beta). Tampoco podemos pretender que el objeto se agota en ser conocido y nada más, así como el médico no se agota en ser tal, ante todo es persona y existe y sin esta consideración no podemos considerar al médico. Así, el objeto, ante todo es, existe y sin este su propio ser no puede ser ni objeto. Sin embargo, decir objeto es decir el extremo de una relación sin la cual no existe ninguno de los extremos. Por consiguiente, el objeto primero es y luego es objeto, sin dejar de ser, ni agotar su realidad en su “objetualidad”.

La realidad, los seres realmente existentes, tienen algunos accidentes propios de su naturaleza física: color (o capacidad de reflejar, refractar y absorber la luz), peso, tamaño y otras semejantes por la cuales están hechos para ser “objeto” de los sentidos (cognosibilidad). Esta posibilidad es una propiedad de la realidad y no algo generado por los sentidos o por la mente humana, está en la realidad, como ya dijimos antes.

Ahora bien, algunos de estos accidentes sólo pueden dirigirse a un solo sentido externo (y un solo órgano), como son el color y el sabor presentes en las cosas y que sólo actúan sobre el ojo y el gusto. Por el lado del sentido, también ocurre que varios accidentes de las cosas existentes pueden ser captados por un solo órgano (el tacto puede ser inmutado por la temperatura, pero también por la textura y otros accidentes). Estas características de la realidad se llaman, en gnoseología, sensibles propios, lo importante no es la diversidad en el ser real, sino su referencia a un solo sentido (facultad), pues lo esencial es su distinción formal (el modo como “entra” en la relación cognoscitiva), no real. Esto no significa que en la realidad no sean accidentes distintos, sino de que su distinción, en gnoseología, es desde el punto de vista gnoseológico, no ontológico.

Existen, además, en las cosas reales, otros accidentes capaces de inmutar a más de un sentido. Estas características de los objetos parecen estar incluidos en los sensibles propios, pero se distinguen realmente de ellos, como sucede con la figura (límite externo de los cuerpos) y el movimiento. Sin embargo, estas características no se distinguen, al parecer, por el sentido (facultad) ni por el órgano: ver un cuerpo coloreado es, al mismo tiempo y sin distinción, el límite del color –el cual no siempre corresponde con el límite del cuerpo–, por esta razón afirmamos la incapacidad de los sentidos externos para reconocerlos y distinguirlos. Pues bien, a estos sensibles (accidentes de las cosas presentes en las cosas mismas y adecuados a los sentidos) les llamamos sensibles comunes.

Como puede notarse sin mayor problema, el nombre les es dado por la relación de adecuación que guardan con los sentidos externos y en la medida que pueden ser reducidos a sensaciones formalmente distintas. Pero no sólo es por esto, aunque es lo primero, pues lo primero que podemos notar y distinguir es esa relación tan especial con los sentidos externos. Pero, además, se les llama así (comunes) por su relación con los sentidos internos, en especial con el sentido-común. Para poder explicar el dato real de la unificación de sensaciones tan distintas (como es el color y la temperatura) y poderla referir a un mismo objeto, es necesario: o que no exista explicación, o quede en el capricho, o se reduzca a una simple determinación presente en el sujeto o que se arraigue, como es evidente en la realidad, en algo propio del objeto real.

Nos parece lo más razonable, de acuerdo con los datos y la experiencia, que esa unidad formada por el sentido-común corresponde de modo constante y eficiente con la realidad, por lo tanto, afirmamos la existencia de un “algo” en el objeto capaz de guiar esa unificación que realiza el sentido-común, y ese “algo” son los sensibles comunes. Estos sensibles comunes no son distinguidos por los sentidos externos, como ya indicamos, porque si recibidos distinguidamente por los sentidos externos, caerían dentro de sus objetos y quedarían incluidos en los sensibles propios. Por lo tanto, estos sensibles comunes son el objeto propio del sentido-común y no son recibidos distinguidamente en los sentidos externos (mucho menos por los órganos de los sentidos).

Sin embargo, la tesis clásica postula un tercer tipo de sensibles llamados intentiones insensatae, por no ser objeto de ningún sentido externo. Se trata de aquellas cualidades de la realidad por la cual ésta es conveniente al viviente, sea para su conservación o para saciar su apetito, sea para huir de ellos o protegerse y hasta atacar. Estas cualidades de la realidad ofrecida al sujeto cognoscente son objeto de la estimativa natural y la memoria, sólo estos sentidos internos son capaces de reconocerlos.

Recapitulando: La realidad se presenta con una serie de accidentes por los cuales se adecua a las facultades, a través de los sentidos. Estos accidentes de la realidad se dividen en tres tipos o especies: los sensibles propios, comunes y los accidentes propios de la estimativa natural.

Con estos tres sensibles –propios, comunes y las intentiones insensatae – se explica la adecuación total de la realidad y el viviente sensitivo, y al mismo tiempo se sientan las bases sólidas para explicar la conducta observable de estos vivientes. Hasta aquí, pues, tendríamos una exposición bastante reducida –y por lo mismo un tanto inexacta– de este tipo de conocimiento. Al mismo tiempo se han propuesto algunos de los aspectos donde encuentran su origen los problemas y planteamiento gnoseológicos. Por supuesto, no se agota aquí toda la cuestión, existe en el hombre otro modo de conocimiento más perfecto y elevado cuyo origen se encuentra, también, en la especie de alma (principio vital) que le hace el viviente que es. De esta segunda parte realizaremos un apunte en la siguiente entrega.