Teoría del conocimiento intelectual

JORGE FERNANDO SANCHEZ CU

Advertencia al lector.

En el presente tratamos de dar una exposición lo más elemental y llana posible de la teoría realista y clásica del conocimiento humano. Para ello nos hemos permitido algunas ligerezas intentando no perder el fondo y valor de esta teoría e intentando hacerlo en el mínimo de páginas posible. El reto autoimpuesto es muy grande (y las luces pocas), por ello esperamos la comprensión y benevolencia con los errores e imprecisiones cometidas, tan sólo esperamos no traicionar a los autores de esta teoría diciendo lo opuesto a ellos y lograr un acercamiento que en nada excusa de leer a los autores y expertos en la materia.

También hemos omitido las citas y referencias bibliográficas, las cuales se pueden consultar en la bibliografía de este curso. Además, hemos incluido notas aclaratorias entre paréntesis, con la intención de hacer más fluida la lectura y mantener el sentido de algunos términos. Sin embargo, en los casos que consideramos inevitable, conservamos el término latino y tratamos de aclararlo dentro del mismo texto.

Alea iacta est.

  • 1. Prolegómenos.

El conocimiento intelectual es un acto del alma (principio vital) humana por ser el tipo de alma que es. En la entrega anterior estudiamos brevemente el conocer sensitivo, común al animal racional (hombre) y al animal irracional (bestia). Este conocimiento, sin embargo, no explica todos los fenómenos gnoseológicos humanos de los cuales somos testigos presenciales. Santo Tomás nos dice que el estudio del alma humana presenta una solidez especial porque todo hombre puede verificar sus conclusiones, sin embargo, su estudio formal no es tan fácil.

El estudio del conocimiento intelectual tiene su importancia como prueba de la inmortalidad del alma humana. Por lo cual su estudio es fundamental para entender la psicología o biología clásica, por esta razón un desconocimiento o mala comprensión de este conocimiento nos lleva a negar la inmortalidad del alma con todas las consecuencias propias en el orden humano. En la tesis realista el conocimiento sensitivo se continua en el conocimiento intelectual donde alcanza su pena realización. Esta parte de la psicología del conocimiento incluye el problema de los universales (conceptos y realidad), así como la cuestión sobre la verdad. También incluye el problema del ser (y del existir) y su captación intelectual. Tema de gran relevancia en ontología, pero esta última cuestión sólo nos atañe de modo indirecto.

  • 2. Conocimiento Intelectual.

Con la formación del phantasma se logra la primera cognición posible para el hombre. En la doctrina clásica sin este conocimiento no es posible ningún otro, de ahí el axioma: “nada hay en el intelecto que no estuviera antes en los sentidos”. El axioma se cumple de dos modos: 1. como antecedente o principio del conocimiento intelectual: a partir del phantasma inicia el conocimiento intelectual. 2. También se cumple en cuanto es en el phantasma donde el intelecto retorna para llevar el conocimiento a su acabamiento. Pero este adagio no debe interpretarse como si el conocimiento intelectual fuera incapaz de rebasar el conocer sensitivo y quedara atrapado en él. Ésta última interpretación lleva a un grave error: si el conocimiento intelectual no va más allá del conocer sensible, nos quedamos en un sensismo, aunque tome diversas modalidades, y en una especie de bestialismo. Por otro lado, si el conocimiento humano se queda en el conocer sensitivo, entonces es inútil por repetitivo; en este sentido se suele interpretar el conocimiento intelectual como copia insustancial y carente de sentido.

  • 3. Simple aprehensión.

El primer acto del intelecto se llama “simple aprehensión” y consiste en la formación de la idea o concepto por medio de la abstracción. La palabra “aprehender” significa atrapar, agarrar, asir, el intelecto atrapa en un acto simple (sin división ni partes) la esencia de los entes corpóreos.

Para entender este acto primerísimo del intelecto debemos considerar, en primer lugar, que el phantasma ya es, en alguna medida, inmaterial. Es inmaterial en el sentido de que se trata del contenido de una facultad del alma, no de un órgano; pero se dice material en el sentido de contener todos los accidentes individuales e individuantes captados por los sentidos y necesitar éstos de un órgano corpóreo. Pero el phantasma es una cierta representación sensible singular, concreta e intencional, por lo tanto, desligada del objeto real. 1°. Se trata de una “representación”, el phantasma está en lugar de la cosa real y a ella se encuentra intencionalmente vinculada. 2°. Se trata de una representación elaborada y presente en los sentidos (facultad) y por ello ya presenta un grado de inmaterialidad, no pleno, pues el sentido está íntimamente ligado a su órgano y esto le da una cierta materialidad inseparable, aunque distinta de la materialidad del objeto real. 3°. Esta representación es singular y concreta, esto se refiere a la integridad de los accidentes en la configuración correspondiente a la del objeto real. 4°. Su intencionalidad, por la cual se encuentra vinculada de modo inescindible al objeto real al cual apunta y en lo cual (su intencionalidad) consiste su naturaleza propia.

Esta representación es el objeto directo del intelecto y está preparado, dispuesto, para el acto de entender, pero no es capaz de actuar sobre el entendimiento mismo, el cual por ser de naturaleza espiritual (totalmente inmaterial) no puede tomar contacto con lo material. Esta es una diferencia importante. Los objetos reales son adecuados a los sentidos por poseer, los sentidos, órganos corporales a los cuales están íntimamente ligados y los cuales entran en relación directa las cosas materiales; pero el intelecto no tiene órgano, por ello el phantasma-experimentum no puede actuar, no puede ser activo respecto del entendimiento: el fantasma es de naturaleza sensible (material) y el intelecto no.

Quizá la evidencia más clara respecto a nosotros sea el hecho de ser imposible imaginar cualquier concepto o idea, por ejemplo, imaginar un corazón no es imaginar el amor, sino un símbolo concreto de él y como tal no agota todo lo comprendido en la idea de amor. Pues bien, lo mismo ocurre con cualquier otra idea: imaginar se trata, siempre, de un caso y no de la idea misma –para quien tiene gusto por la geometría puede considerar la definición de punto. Si consideramos esto, podemos notar que existe una diferencia muy grande entre imaginar (acto de la imaginativa) y pensar una idea cualquiera.

  • 3.1. Cinco posturas en la historia de la filosofía.

Estas y otras consideraciones más precisas llevaron a los clásicos a proponerse el problema del origen de las ideas. Al no poder atribuir el origen de las ideas a una acción simple y directa de la realidad o de la representación sensible sobre el intelecto, dieron algunas respuestas imperfectas, entre las más conocidas encontramos:

La postura platónica, en ella se acude al expediente de darle, a las ideas, existencia en un mundo especial (topus uranus) y a elaborar la teoría sobre la reminiscencia que dejaba al alma como algo distinto del cuerpo (cárcel) en una unión violenta con él y al conocer lo redujo a un simple recordar con ocasión del conocimiento sensible.

El error racionalista. Es la respuesta dada por Descartes, quien se encerró en el intelecto hasta encontrar el cogito (cogito ergo sum) como único principio sólido, inevitablemente subjetivista, del cual no habría de salir jamás; su deseo de encontrar un fundamento indubitable bajo el modelo matemático (more geométrico demostrata), le llevó a dudar de todo lo recibido en y por los sentidos. De este modo el único camino posible resultaba acudir a la sola razón y a una única evidencia posible, un principio racional (cumpliendo con el modelo geométrico). El problema resultante fue la separación de dos realidades irreductibles: la res cogitans (realidad pensante) y la res extensa (realidad material). El problema, como quedó mostrado en todo su trabajo y el de sus seguidores, es la imposibilidad de volver a la realidad extramental y a la unidad del mismo ser humano.

El error criticista. Kant inventó sus categorías, tanto sensibles como intelectuales –ciertas determinaciones propias y exclusivas de los sentidos y la razón sin relación esencial con la realidad. Al enfrentar el problema cartesiano trató de resolverlo poniendo en el banquillo de los acusados a la misma razón ¿es posible el conocimiento? Este problema se llama criticismo, pues se trata de juzgar (crinein) a la misma razón para cuestionar la posibilidad de su propio acto (¿es posible conocer?). Su solución consistió en poner en los sentidos las formas a priori (tiempo y espacio) y a nivel de la razón y el juicio, las categorías (las ideas y los modos posibles del juicio). Para Kant que algo sea a priori significa que es independiente de la experiencia, sin conexión con ella. De donde la realidad (noumeno) queda desconocida en su propia realidad. El problema resultó en los llamados juicios sintéticos (de los cuales no justifica su existencia). De este modo el problema seguía siendo el mismo en su esencia: ¿cómo incorporar la realidad, el ser, la existencia?, pero además puso el problema de la esencia del conocer, pues si los a priori y las categorías modifican la realidad, nunca podemos conocer las cosas tal como son. De aquí la famosa negación de diferencia entre un talero pensado y uno real. Kant es la fuente tanto del moderno empirismo como del idealismo y, aún, del subjetivismo modernos.

El error idealista. Hegel fue más allá y redujo todo a la idea y su proceso dialéctico hasta llegar a la existencia pensada (idealismo hegeliano y posthegeliano). La idea de Hegel fue generar un sistema perfecto y completo por el cual se pudiera deducir, por medio de la lógica dialéctica (tesis-antítesis-síntesis), toda idea y toda la realidad. Incluso la existencia debía ser un concepto deducido de la Idea-ser y cualquier alejamiento de la idea misma significa, según Hegel, la pérdida de la idea misma (enajenación). Con este sistema se sustituye toda la realidad real por la realidad pensada (concepto). De aquí que se le atribuya la frase “si la realidad no es así, peor para la realidad”.

El error materialista. Marx sólo pondrá de cabeza el sistema hegeliano y considerará a la materia como punto de partida, esa materia tendría un principio propio e intrínseco (pan-lógismo) por el cual se iría desarrollando y dando origen a la historia. La idea subyacente es que con Hegel la filosofía había alcanzado todo su potencial, había dado todas las respuestas posibles, por lo tanto, ahora debía transformarse el mundo. La enajenación será, ahora, la enajenación del proletariado cuya misión es la salvación (acabamiento de la enajenación) a través y en la historia. Por esta razón su sistema es historicista. Las posturas contemporáneas seguirán intentando resolver el problema cartesiano y hegeliano tomando una de las dos caras posibles: el pragmatismo o el racionalismo más o menos idealista-subjetivista.

  • 4. Intelecto agens.

La teoría clásica, por su parte, culmina con Aristóteles y se perfecciona en Santo Tomás. En sus doctrinas la facultad intelectiva debe ser activa y no simplemente receptiva. Si el phantasma no posee la condición suficiente para actuar sobre el intelecto, entonces el intelecto debe poseer una capacidad activa por la cual puedan engendrarse las ideas-conceptos. A esta potencia del ama se le llama intelecto agente o activo. El intelecto agens es la potencia del intelecto capaz de poner en acto algo presente en el phantasma, pero no conocido por ningún sentido. No se trata de aquellas propiedades llamadas intentiones insensatae, sino de algo totalmente distinto, se trata de hacer actual en la imagen misma lo que las cosas son, la quidditas, la esencia de la realidad actualizada en la misma imagen (specie impresa). De este modo se entiende la importancia que cobran los sentidos en el conocer humano, su más importante misión es contener, en la representación formada por ellos, la esencia de la realidad material, si haberla sentido.

Para exponer el acto del entendimiento agente se requiere de la analogía. Así se hace una semejanza con la luz y su acto en el conocer sensible. La luz ilumina el medio diáfano y pone en acto tanto la facultad visiva del sujeto como el color en el objeto y de esa manera hace posible “ver este color de este objeto”. También podemos aproximarnos con el caso donde se proyecta luz sobre un objeto opaco, que por efecto de esa luz muestra su interior. Así como la luz sólo saca a flote algo de la realidad iluminada, así el entendimiento agente sólo ilumina algo específico: la esencia. Por ello, quizá, lo primero en ser conocido sea la substancia y sólo después los accidentes. Pues la substancia hace entendible los accidentes al ser algo de ella.

Mas no acaba aquí el acto del entendimiento agente, si así fuera sería inexplicable el conocimiento poseído. El intelecto debe sacar esa esencia contenida en el phantasma, y a este procedimiento se le llama abstracción. Es un abs-traer, un sacar dejando algo, o mucho. Lo dejado de lado por el en-tender son todas las notas individuales e individuantes como tales, esto es, deja éstos huesos y esta carne, para quedarse con los huesos y la carne; también deja este amarillo para quedarse con el amarillo. Se trata de des-cubrir lo que hace que algo sea lo que es. Ese “lo que” se presenta, ante la luz del entendimiento, como una substancia, como algo capaz de existir de modo independiente (en sí misma). Este “existir en sí mismo” es el modo de ser de la cosa en el entendimiento.

En este acto iluminativo el entendimiento deja de lado, también, la intencionalidad del phantasma; por ello la idea no contiene la referencia a la existencia del objeto. Esto debe considerarse con cuidado. Dejar de lado no significa negar eso dejado, sino más bien no considerarlo. El concepto-idea no considera la existencia de lo aprehendido, por ello ni niega ni afirma, sólo considera la esencia abstraída como si fuera una substancia posible (capaz de existir o no). Pensar un accidente cualquiera es, por ello, considerarlo como si fuera una substancia, un ser capaz de existir con independencia y por sí mismo.

De aquí un problema recurrente en las filosofías cosificadoras del ser, pues confunden el modo de ser de la idea-concepto con el modo propio de la realidad. Pero no sólo es problema de esas filosofías, si atendemos bien nuestras ideas de espacio y tiempo, por mencionar algunas, notaremos que las pensamos como un “algo” independiente de los cuerpos, como un envase dentro del cual se encuentran los cuerpos, sin ellos mismos (los cuerpos). Notemos, pues, que el concepto no puede captar el ser (o el existir) como tal, sino como una substancia distinta e independiente de los “otros” cuerpos o substancias. Pero en la realidad no existe tal cosa, la existencia se encuentra realmente en los entes reales.

  • 5. Intelecto pasiens.

Volviendo a la abstracción, el entendimiento agente debe actuar sobre el entendimiento mismo (reflexibilidad) para poder conservar esas esencias abstraídas, pues es evidente su permanencia en nosotros. Para explicar esto se requiere, necesariamente, otra potencia del mismo entendimiento, una potencia capaz de “recibir-tener” esa esencia. Por supuesto, no se trata de un tener como algo distinto y superpuesto, pues nada hay en el entendimiento distinto de él mismo. Así, la tesis realista sostiene una maleabilidad del entendimiento semejante a la ocurrida en el conocer sensible y explicada mediante la analogía de la cera sellada: Si a un poco de cera caliente se aplica un sello, la cera recibirá una huella, una marca hecha en ella misma, se trata de la misma cera que ha tomado la forma del sello, sin que el sello quede en ella y sin que la cera sea otra cosa o tenga algo adherido a ella. En los sentidos (facultad) ocurre algo semejante al recibir los sensibles en ellos mismos.

Así, el entendimiento debe tener la potencialidad de recibir, en él mismo y de modo semejante, esa esencia abstraída por el entendimiento agente. A esa capacidad receptiva se le llama entendimiento pasiens o paciente o posible. La palabra pasión significa, en primer lugar, ser receptivo y sólo por derivación sentimiento fuerte o movimiento del apetito sensitivo. Y a la huella marcada en el intelecto pasiens se le llama idea o concepto. En este momento la esencia queda en el intelecto-entendimiento “sellada” en ella misma y sin ser algo distinto adherido al entendimiento. Considerado el caso desde la perspectiva realista, el entendimiento puede actuar así –agens y pasiens– por tener la naturaleza que tiene, esto es, por estar hecho para conocer las esencias de las cosas materiales de modo inmaterial. De este modo se concluye un primer acto de conocimiento intelectual: entender, concebir o tener una idea-concepto.

Ese “estar hecho para” define a la facultad, nos dice su naturaleza, su realidad, lo que es. Pero la huella dejada es el concepto, el cual se distingue del entendimiento sin dejar de ser el intelecto-entendimiento mismo. Ahora bien, esa huella-concepto queda en el entendimiento y es el mismo conocer: conocemos, en primera instancia, en la medida que tenemos conceptos. De aquí algunas consideraciones importantes: 1°. El concepto es el mismo entendimiento en cuanto inmutado por la esencia recibida, de donde el entendimiento se hace, en cierto modo, todas las cosas, si conoce una piedra se hace –permítasenos hablar así– “pedralidad”, si caballo “caballalidad”, etc. Esta realidad tiene su importancia en la formación de la personalidad, pues al fin de cuentas “somos lo que conocemos”. 2°. El entendimiento adquiere huellas-conceptos que son hábitos o disposiciones y en ello consiste su perfección; de donde el conocer es, principalmente, tener hábitos intelectuales; los hábitos son la perfección (estar en acto) del entendimiento. 3°. El concepto no abstrae el color como tal ni la existencia como tal, sino en todo caso un color y una existencia substanciadas; es propio del entendimiento que todo concepto sea la representación de una esencia y, por ello, como si fueran substancias. 4°. El intelecto pasiens es la potencia intelectual por y en la cual propiamente conocemos, por lo tanto, en su acto-hábito se concreta la perfección intelectual primera.

  • 6. El juicio.

Una vez formados los conceptos, el intelecto puede realizar una nueva operación necesaria con la cual podemos alcanzar la realidad. Esta operación es el juicio. El acto de juzgar lo realizamos, en primer lugar, comparando conceptos, pero ¿cuál es el criterio para esta comparación? ¿qué buscamos al comparar conceptos?

Para esto debe tenerse presente la naturaleza de la abstracción. Cuando abstraemos, separamos; separamos en primer lugar la substancia (lo que) de los accidentes (algo de) y, muy importante, de su existencia real extramental. Por ello se dice, en la definición del concepto, que éste no afirma ni niega. Y como se abs-trae de sus accidentes (cantidad, cualidad, relación…) el concepto no dice nada más allá de la misma esencia.

Mediante nuevos actos de abstracción vamos formando nuevos conceptos, entre ellos los conceptos (specie expresa) de los accidentes captados por los sentidos. Estos nuevos conceptos también consisten en la esencia de esos accidentes y por ello estos conceptos “cosifican” los accidentes, esto explica que nuestras las ideas respectivas (los accidentes) sean pensadas como si fueran substancias (pensemos en la idea de espacio, tiempo, cantidad, etc.).

Pues bien, esa separación analítica de la realidad no deja satisfecho nuestro entendimiento (nuestra naturaleza), por ello en esta segunda operación nos presentamos dos conceptos para tratar de saber si en la realidad estos dos conceptos son el mismo objeto real o no lo son. Para lograrlo requerimos acudir a la realidad, sin embargo, no olvidemos que nuestro entendimiento no puede entrar en contacto con la realidad singular y concreta de modo directo. Por ello debe volver a la fuente de donde abstrae: el phantasma. A este acto se le llama retorno a la imagen o conversio ad phantasmata.

Por medio de este retorno podemos aprehender la unidad de los conceptos en la misma imagen (phantasma) y, al mismo tiempo, explicitar la naturaleza del accidente que consiste en ser “algo de” la substancia. Sin embargo, no termina aquí la re-flexión sobre la imagen. A través de esta conversión se reconoce la existencia, actual o pasada, de la realidad como causa de la sensación. Esta existencia de la realidad como causa es parte de la labor del sentido-común y queda impresa en la misma imagen, al igual que las “sensaciones no-sensibles” conservadas en la memoria.

Esta comparación tiene, pues, tres extremos: los dos conceptos, y la realidad. Los conceptos universales son producto de la simple aprehensión y la realidad está representada en la imagen o phantasma. Pero ¿cuál de todas estas integraciones a las cuales se orienta el juicio es la prioritaria? ¿La unidad de la substancia y el accidente? ¿la distinción entre substancia y accidente y la naturaleza de ambos? ¿la existencia misma de la realidad?

  • 6.1. Conocimiento de la existencia.

Al parecer captamos la existencia del objeto en el mismo acto de juzgar los conceptos como una misma realidad, mientras que los demás aspectos se captan de modo vago u obscuro. En la doctrina clásica y en especial en la filosofía tomista el fin prioritario, aunque no necesariamente el primero alcanzado, es el conocimiento de la existencia de la realidad, más aún, el juicio es el único acto mediante el cual alcanzamos un conocimiento intelectual de la existencia. Este aspecto es piedra de toque del realismo.

  • Podemos decir que las filosofías idealistas tratan de la existencia como concepto, por ello hacen de ella una “idea” derivada de la Idea, una substancia más entre las otras substancias (árbol, casa, gato, hombre). De este modo se confunde la existencia pensada con la existencia real. Al “idealizarse” la existencia se pierde la posibilidad de entender la realidad misma y lleva tanto a un idealismo abstracto y al subjetivismo. El idealismo identifica razón y realidad, mientras que el subjetivismo reduce la realidad al pensamiento personal; el relativismo, al confundir realidad y pensamiento, refiere la “construcción” de la realidad al consenso o costumbre de una sociedad u otro factor (intersubjetividad, validez científico-experimental, etc.).
  • Por su parte, las filosofías pragmáticas niegan el valor de los conceptos como representaciones abstractas de la realidad y llegan a separarla totalmente. Por esta reducción las ideas y los juicios se convierten en simples “esquemas” más o menos útiles para actuar, pero sin ningún otro valor o significado. De este modo se niega que el intelecto alcance la realidad, por lo cual todo concepto o juicio es igualmente válido como idea u opinión y el único criterio aceptable es su funcionalidad respecto a fines concretos, los cuales, a su vez, sólo tienen sentido respecto fines práctico comunitarios o singulares de cada persona. Por lo tanto, ocurren tres cosas: Volvemos al relativismo o subjetivismo, según que el interés sea de una comunidad o de una persona. 2. El único criterio es el interés cambiante de las sociedades o de las personas. 3. Las ideas son construcciones libres de las sociedades o las personas, pero sin una base firme más allá de la utilidad.
  • 6.2. Conocimiento de la substancia y el accidente. Por otro lado, la naturaleza y distinción entre la substancia y el accidente parecen alcanzarse en un acto posterior por el cual elaboramos la misma relación entre las ideas. Más no debe pensarse como si fuera necesario un acto temporalmente posterior, sino lógicamente posterior. Sólo al comparar la relación de los conceptos en la realidad misma podemos captar en un acto simple si ambos son idénticos o sólo compatibles, en este último caso descubrimos la relación entre ambos conceptos y uno aparecerá como un sustante, como algo en (sub-stancia) lo cual se encuentra presente otra esencia. De esta relación captada se forma, o puede formarse, la idea de sujeto y algo adherido. Por la reflexión racional descubrimos y nombramos esta relación de la cual surge la idea de substancia y accidente, así como los distintos modos o entes accidentales como algo de.

Además, la misma naturaleza de la abstracción y del juicio tiene gran importancia en gramática, de hecho, son el fundamento de los nombres abstractos y concretos, los sustantivos y los adjetivos, así como de los adjetivos sustantivados, por esta razón es muy importante enseñar correctamente el idioma, pues de lo contrario se va obstaculizando la formación filosófica (metafísica) y se instala la confusión y el obscurecimiento del entendimiento abriendo el acceso al idealismo y el pragmatismo.

  • 6.3. Esencia del juicio. Por lo anterior podemos concluir que este acto, juzgar, nos permite alcanzar realidad adecuándonos a ella intencionalmente, al menos ese es el objetivo o sentido de juzgar. A esta adecuación por la cual el intelecto obtiene una adecuación con la realidad se le llama verdad y es el fin del intelecto. Ahora bien, para lograr esa adecuación la resolución del juicio sólo puede ser en dos sentidos: que el juicio una los conceptos cuando en la realidad esta unidad le corresponde (“el gato es gris” cuando el gato real es gris) y declarar la separación cuando uno de los conceptos no está unido al otro en la realidad (“la casa no es verde” cuando la casa real no tiene el color verde). Así, siempre buscando adecuarse a la realidad, el juicio puede unir o separar. Cuando por medio de ese “unir y separar” declaramos el ser y modo de ser de la realidad, hemos alcanzado la verdad: “adecuación del intelecto con la realidad”, de lo contrario tenemos el error.

 

  • 6.4. El juicio hipotético. Una vez realizado este primer juicio llamado categórico (esto es esto otro, esto no es esto otro), podemos realizar una nueva comparación. Este nuevo acto judicativo da lugar a los juicios hipo-téticos. Se llaman así por tener, en su estructura, un juicio como base para sostener otro juicio. En estos juicios la verdad del conjunto depende de la relación establecida entre los enunciados y la realidad. Estos enunciados pueden ser condicionales (si dejamos las pasiones libres, entonces no podremos alcanzar grandes metas), donde la verdad de uno se condiciona a la verdad del siguiente; disyuntivos, las cuales son de dos tipos: incluyentes (Pedro va a misa o visita a sus amigos) donde se une la posible de verdad de ambos y las excluyentes (al morir vamos al cielo o al infierno, o voy de vacaciones o pago mi colegiatura) donde se une la posible verdad de uno con la posible falsedad del otro. El caso de las disyunciones excluyentes ¿se ha deteriorado en la actualidad con la escritura y/o? esta es una cuestión que puede tener algún valor en la enseñanza. Por ultimo tenemos los juicios copulativos que pueden ser afirmativos (“Estudio una maestría y trabajo”) donde unimos dos verdades, o conjuntivos (“no es posible servir a Dios y al Diablo, pues con uno se queda mal”) donde la verdad de uno se une a la falsedad del otro condicionadamente.
  • 7. A modo de síntesis. Con esta breve anotación sobre las enunciaciones hipotéticas damos por terminada esta breve explicación sobre el juicio considerándola suficiente para notar con claridad que la doctrina gnoseológica del realismo explica suficientemente las siguientes conclusiones:
  • La unidad y distinción de la substancia y el accidente con la diferencia entre ambos.
  • La integridad de la realidad cada vez más completamente conocida. Cada juicio emitido va aproximándonos a una compresión más plena de la realidad.
  • El sentido y necesidad de emitir juicios.
  • La finalidad natural definitoria del intelecto, el cual consiste en adecuarse a la realidad.
  • La verdad y el error.
  • Fundamentar suficientemente la misma gramática.
  • 7. El razonamiento.

El juicio no es suficiente para alcanzar todo el conocimiento del cual somos capaces, esto es debido a nuestra condición natural y actual. Por lo primero, nuestra naturaleza corporal nos pone en la necesidad de conocer la esencia de la realidad material; por lo segundo, nos encontramos sujetos a la dificultad de contener y ordenar nuestras pasiones y otras condiciones, al menos posibles. La realidad nos muestra el hecho de un acto nuevo y sucesivo al juicio que llamamos razonamiento. Este acto consiste en el paso de lo conocido a lo desconocido. Esta definición indica el punto de partida y el punto de llegada, lo cual define este acto.

  • 7.1. Modos de razonamiento.

De acuerdo con la definición, para razonar es necesario un conocimiento que sea el punto de partida y otro que será el punto de llegada. Descrito de esta manera, el razonamiento significa un progreso en el orden del saber. El problema será tanto el punto de partida como el de llegada, pero también la seguridad en el paso de un punto al otro. Esta cuestión da lugar a los modos de razonar y declaran la importancia de un procedimiento para pasar de un punto a otro, lo cual nos lleva a la cuestión del método.

El punto de partida puede ser un principio, ley o causa conocida a partir de la cual tratamos de llegar a sus consecuencias, efectos concretos o menos generales; pero también es realidad partir de una experiencia, un efecto o consecuencia y tratar de averiguar cuál sea su principio, su causa o ley por la cual se rige.

El primer proceso se llama deducción, mientras el segundo se llama inducción. El método o procedimiento es responsabilidad de la lógica y el método propio de cada ciencia. El método siempre debe respetar el objeto de conocimiento, por lo cual y fuera de la lógica, postular un método único y universal representa un reduccionismo.

Si hablamos de los principios, en primer lugar, debemos distinguir los principios evidentes en sí mismos en función del sujeto: 1. Principios evidentes por sí mismos y para todos. Estos son adquiridos cuasi-naturalmente a muy temprana edad (el niño descubre la imposibilidad de que las cosas desaparezcan, etc.) 2. Principios evidentes en sí mismos para algunos, se trata de principios que necesitan de alguna preparación, experiencia o disposición especial (las condiciones morales impiden, a veces, captar algunos principios morales y racionales) 3. Los principios evidentes en sí mismos para pocos, estos principios son evidentes cuando se tiene cierta preparación especial (principios matemáticos, físicos, filosóficos, etc.). En segundo lugar, debemos distinguir los principios demostrados. Se trata de principios derivados de los primeros y algunos principios lógicos.

En el caso de la inducción debemos tener cuidado de justificarla adecuadamente, pues no se trata de una simple inducción sostenida por la experiencia y la pura matemática aplicada (probabilidad, muestreo, etc.). Su fundamento real está, por un lado, en el experimentum del cual hemos hablado en el conocimiento sensible. Por otro lado, su fundamento está en la abstracción por la cual conocemos la esencia y naturaleza de las cosas, así como en el juicio cuyo fundamento último está en los primeros principios.

En el razonamiento debemos considerar como problema principal, sea en la inducción o deducción, la evidencia de la necesidad existente en la conclusión. Se trata de hacer evidente que la conclusión es causada lógicamente por el punto de partida, sin esta necesidad la conclusión no será segura. Esta necesidad se asegura con la lógica. De aquí resulta una nueva clasificación de los argumentos: 1. Si el argumento nos hace ver la necesidad de afirmar la conclusión, tenemos un argumento demostrativo; por este argumento obtenemos certeza, seguridad de la necesidad y verdad de la conclusión, cuando esto sucede tenemos verdadera ciencia. 2. El argumento también puede presentarnos la conclusión como conveniente o simplemente posible, esto ocurre, frecuentemente, porque alguna premisa no es segura; en este caso tenemos un argumento probable y forma la opinión justificada o razonable. 3. Por último, un argumento puede presentarnos falsa evidencia, aparentar que existe necesidad de la conclusión, en este sentido el argumento nos lleva al error, sea por una falla lógica o por la falsedad de una de las premisas; en este caso tenemos un argumento falaz o sofístico.

Para cerrar este breve e incompleto recorrido por este último acto intelectual hemos de considerar que la verdad del argumento es derivada de dos factores: la verdad de las premisas cuyo fundamento está, en última instancia, tanto en los primeros principios como en la corrección en el proceso argumentativo. De los principios, las correctas definiciones y la evidencia de la existencia de los objetos, depende la verdad de las premisas, mientras que de la rectitud del proceso deductivo-inductivo dependerá asegurar que si partimos de verdades lleguemos a nuevas verdades. No es suficiente, pues, uno de los dos elementos, es necesaria la presencia de ambos para obtener ciencia.

Bien, con este recorrido dejamos concluido este tipo de conocimiento.